martes, 15 de septiembre de 2009

Donde habite el olvido (2) El azar


El móvil sonó con insistencia y, no se sabe muy bien si las ánimas benditas o el mismísimo belcebú, aunque más bien nos inclinaríamos por éste último, consiguieron de alguna forma que Benigno se levantase a responder la llamada. Algo habría de ser, pues, según comunicaba el despertador electrónico, eran las ocho de la mañana, y Benigno no tenía costumbre a esas horas.

Al otro lado una voz aseguraba sin margen para la réplica que a las nueve en punto había de presentarse ante el director de un centro  de cuyo nombre sería mejor no acordarse.

Le incorporaban a la plantilla para impartir clases. Tin, tin, tin, fue lo último que sonó en sus oídos.

La reacción de Benigno fue mecánica. Se incorporó y abrió la ventana de la habitación. Vio los azules de océano y cielo. Amanecía.

Fue a la cocina. Preparó café. Con éste recién hecho se sentó en la terraza. Lo tomó.

Ducharse, enjuagar la boca, vestirse. Todo ello como si fueran ajenas a él tales actividades, y él siguiese entre las sábanas, soñando que el móvil sonaba con insistencia.

Se lanzó una última mirada al espejo.

Todo correcto, incluso los nervios agujereándole el estómago. Todo muy adecuado a la situación.


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